Las cosas cambian día
tras día. Amanece y anochece continuamente, pero mientras tanto mis pulsaciones
no van al mismo ritmo. Hay veces que las acelera el latido de tu corazón, pero
hay otras en la que es el mismo el que las hace parar, las congela en el instante
eterno de la realidad. Poner los pies en la tierra no siempre fue lo que me
gusto. Nos acusan a los soñadores de vivir en las nubes, quizás sea porque
ellos nunca han probado de despegar los pies del suelo, o quizás porque tengan
miedo a hacerlo. Nos tratan de ignorantes, pero lo que no entienden es que
nunca habrá un soñador iluso, ya que siempre habrá sueños en los que pensar.

Sigo diciendo que el
abrigo de la vida me queda grande, se me antoja extraño. Repito que esta no es
mi guerra ni mi conflicto, que puedo marcharme cuando quiera. Que el vaso ya no
está ni medio vacío ni medio lleno, simplemente no existe. Que la distancia
entre mis palabras y tu corazón ya es demasiada, cuando ha llegado ha ser tan
fina que no había perdida entre ellas ese lazo se ha roto, ha desaparecido y se
ha esfumado. Y las conversaciones ya no son las mismas, el amor ya no es el
mismo, y es que quizás yo tampoco sea la misma, quizás soy yo la que ha
cambiado y lo estoy desordenando todo. Quizás tendría que apartarme de esta
lucha inútil, de silenciar mi susurro, dejar pasar los días sin la menor
preocupación. Salir corriendo si es necesario, dejando de lado el honor, las
lágrimas ya no tienen sentido, llorar está de más aquí. Cuando te han cerrado
el pestillo, cuando se ha apagado la ilusión, cuando el río tan solo puede
desahogarse en la marea del océano, es ahí cuando ya no quedan fuerzas para
regresar.
Y es que, quizás, tan solo quizás, las fuerzas se me habían terminado
hacía mucho más tiempo y esto era solo el resto de sentimiento esparcido
después de la explosión.
Naces y vives solo.
R.
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