Porque hay ocasiones en las que, sencillamente, te alegras
de que una persona que se merece lo mejor, lo esté consiguiendo todo.
Esta entrada va por una persona enorme, una persona que con
poco, consigue lo que nadie alcanza. Una de esas personas que va a entender lo
incomprensible, que va a dar la vuelta a tu cara larga y que, aunque esté a
miles de kilómetros, te escuchará como si te tuviese delante.
Por esto, porque no sabes lo muchísimo que me alegro cada
vez que sé de ti y sé lo bien que te va, y porque sé que no eres consciente de
lo importante que eres aquí, te dedico la introducción de un libro que me
empecé el otro día y que me recordó que, aunque estés lejos, hay cosas y
sonrisas que no cambian.
"Bajo los volcanes, junto a los ventisqueros, entre los
grandes lagos, el fragante, el silencioso, el enmarañado bosque chileno... Se
hunden los pies en el follaje muerto, crepitó una rama quebradiza, los
gigantescos raulíes levantan su encrespada estatura, un pájaro de la selva fría
cruza, aletea, se detiene entre los sombríos ramajes. Y luego desde su
escondite suena como un oboe... Me entra por las narices hasta el alma el aroma
salvaje del laurel, el aroma oscuro del boldo... El ciprés de las Guaitecas intercepta mi
paso...
Es un mundo vertical: una nación de pájaros, una muchedumbre de
hojas... Tropiezo en una piedra, escarbo la cavidad descubierta, una inmensa
araña de cabellera roja me mira con ojos fijos, inmóvil, grande como un
cangrejo... Un cárabo dorado me lanza su emanación mefítica, mientras
desaparece como un relámpago su radiante arco iris... Al pasar cruzo un bosque
de helechos mucho más alto que mi persona: se me dejan caer en la cara sesenta
lágrimas desde sus verdes ojos fríos, y detrás de mí quedan por mucho tiempo
temblando sus abanicos...
Un tronco podrido: qué tesoro!... Hongos negros y azules le
han dado orejas, rojas plantas parásitas lo han colmado de rubíes, otras
plantas perezosas le han prestado sus barbas y brota, veloz, una culebra desde
sus entrañas podridas, como una emanación, como que al tronco muerto se le
escapara el alma... Más lejos cada árbol se separó de sus semejantes... Se
yerguen sobre la alfombra de la selva secreta, y cada uno de los follajes,
lineal, encrespado, ramoso, lanceolado, tiene un estilo diferente, como cortado
por una tijera de movimientos infinitos...
Una barranca: abajo
el agua transparente se desliza sobre el granito y el jaspe... Vuela una
mariposa pura como un limón, danzando entre el agua y la luz... A mi lado me
saludan con sus cabecitas amarillas las infinitas calceolarias... En la altura,
como gotas arteriales de la selva mágica se cimbran los copihues rojos... El
copihue rojo es la flor de la sangre, el copihue blanco es la flor de la
nieve... En un temblor de hojas atravesó el silencio la velocidad de un zorro,
pero el silencio es la ley de estos follajes... Apenas el grito lejano de un
animal confuso... La intersección penetrante de un pájaro escondido... El
universo vegetal susurra apenas hasta que una tempestad ponga en acción toda la
música terrestre.
Quién no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta.
De aquellas tierras, de aquel barro, de aquel silencio, he salido yo a andar, a
cantar por el mundo."
Pablo Neruda, Confieso que he vivido.
R.
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