Lo nuestro fue un vis a vis, como el que se dan los presos en la cárcel de Martutene. Yo avanzaba, pero siempre asegurándome de que tu así lo hicieras también. Tú me tendías tu mano, sólo cuando sabías que yo te iba a responder.
El vis a vis de tus pasos contra mis dudas. La lucha de mis dedos en el camino hacia tu ombligo. Todas las canciones de las que fuimos cómplices algún día. Todas las causas perdidas que un día creímos ganar.
Y, a estas alturas, sé que volveré. Al fin y al cabo, jamás me gustó eso de resignarme. Mi estilo no era el de salir por la puerta de atrás. Ni tampoco el de irme sin hacer ruido.
Yo era de fuegos artificiales. De convertir un vals en rock and roll. Y hacerte bailar hasta decir basta. Eso fue lo que más me gustó. Aquello que empezó de manera orquestada fue modificándose hasta situarnos en un concierto de Calamaro en el que con poca voz y un poco más de alcohol volvíamos a casa siendo protagonistas de todas sus historias de amor fallidas.
Y es que, aun así, sé que me esperarán los cines Príncipe con aquella sonrisilla antes de la película.
Y quedar en el Bule, cuando las horas han agotado las ganas y ya no queremos quedarnos en casa.
Y es que, sé que volveré. Que el vis a vis me lo da esta ciudad, porque cuando creo que va a llover me regala un fin de semana a veintisiete grados y caminamos hasta Pasajes para devorar un poquito más los segundos que nos quedan. Que cada rincón de tus calles se muestra diferente en cada momento que me concentro en observar. Y es que, siendo pequeña yo te quiero como la que más. Qué sabrán Madrid o Barcelona, si Donostia es pueblo o ciudad. Poco me importa. Lo único que quiero es seguir descubriéndote cada día, que me dejes, como has hecho hasta ahora. Porque ahora que cambio de perspectiva, quiero verte todavía más bonita. Quiero que me vuelvas a dar la bienvenida, porque vuelvo dispuesta a quedarme.
R.
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